Por: Pedro Corporán
SANTO DOMINGO, RD.-Si bien la sociedad y el Estado capitalista, por ventura del impacto progresivo de las grandes invenciones tecnológicas de la segunda revolución industrial, sortearon con éxito la primera gran crisis económica que afectó a ese modo de producción en el año 1873, conocida como la crisis larga que inició con la quiebra de la entidad bancaria Jay Cooke and Company, posterior a la caída de la Bolsa de Viena en el mismo año; 50 años después estalló la segunda gran crisis económica con la Gran Depresión de 1929.
Aunque las causas son múltiples y todavía se discuten, es innegable que dos grandes acontecimientos ocurridos en la segunda década del siglo XX, removieron los cimientos jurídicos y políticos del Estado occidentalista y su misión social que fueron la Primera Guerra Mundial que reseñamos en la entrega anterior y dentro de su propio período de desarrollo la Revolución Rusa de 1917, creadora del primer Estado Socialista del mundo, liderada por Vladimir Ilich Ulianov alías Lenin, inicio del nacimiento de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, cuyo agresivo proceso de industrialización se inspiró en el capitalismo, sembrando la semilla del futuro orden mundial bipolar y la llamada Guerra Fría.
Ambos episodios históricos trajeron desolación, miseria y crisis económica, social, política y humanitaria de toda índole en el mundo occidental, amortiguadas por el floreciente desarrollo industrial, cuyo epicentro productivo, crediticio, de exportacón e importanción, económico y financiero pasó a ser los Estados Unidos de Norteamérica, por el liderazgo con el que emergió de esa primera conflagración mundial de la humanidad que terminó en 1918 y el estado de ruina en que quedó el continente europeo.
Imposible negar que en la explosión del también conocido como Martes Negro de la Bolsa de Valores de Walt Street de New York, en octubre de 1929, no incidieran las dramáticas secuelas sociales de ese conflicto bélico, sobre todo los grandes movimientos migratorios procedentes de Europa hacia América, principalmente a los Estados Unidos, produciendo grandes cordones de miseria y cargas sociales dramáticas para el Estado.
La nueva crisis económica volvió a relegar en el tiempo, la concepción minimalista del Estado del liberalismo, sepultada por la necesidad de tener un Estado con hegemonía de poder que siguiera dirigiendo la post guerra o Guerra Fría que iniciaba con la disputa de poder con el socialismo, de fuertes facultades interventoras en la economía y de misión social de preeminencia humanitaria en las grandes potencias capitalistas.
Con ese cuadro sinoptico que se extendió por el mundo, asciende a la presidencia de los Estados Unidos, en 1933, el demócrata Franklyn Delano Roosevelt, creador del prodigioso plan de intervención de la economía conocido como New Deal y las políticas públicas de asistencia social basadas en el principio de la solidaridad que creó el Estado Welfare o Estado del Bienestar, más allá de los derechos de primera generación.
Algunos autores consideran que la concepción del Estado del Bienestar, ya existía en Alemania desde la República de Weimar que dirigió Otto Von Bismarck, entre 1918 y 1933, como respuesta a la hambruna provocada por la Primera Guerra Mundial.
Anotemos que hasta ese momento histórico, en ninguna de las dos grandes crisis del capitalismo (1873 y 1929), el libre mercado tuvo capacidad para enfrentar el derrumbre económico y financiero y menos para la misión social de auxiliar la desocupación, el drama humano de la guerra, la miseria y la pobreza. Solo el Estado podía era capaz de enfrentar la crisis, por su inigualable vocación y capacidad de realizar misión social inspirado en el principio del Bien Común.