domingo, noviembre 24, 2024
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López Obrador y la esperanza de un México mejor

Autor: Dr. Víctor Manuel Peña

Andrés Manuel López Obrador, sempiterno aspirante a la presidencia de México, finalmente llega a la Presidencia de esa nación con una victoria aplastante que resulta realmente excepcional.

Ganó las elecciones presidenciales del 1 de Julio de este año 2018 con el 53% de la votación, lo que representa más de 30 millones de electores que votaron por él.

Nunca antes en la historia electoral de México candidato alguno a la presidencia de México había logrado una hazaña de ese calibre y magnitud.

La población, hastiada del desastre que vive México en términos de corrupción, inseguridad, violencia, desempleo, desigualdad social y narcotráfico, decidió abrazar, muy mayoritariamente, la propuesta electoral y el discurso de Andrés Manuel López Obrador.

Andrés Manuel López Obrador, AMLO como se le llama popularmente en México, es un hombre que se formó en las trincheras de la izquierda mexicana, que por primera vez llega al poder con él.

Caso curioso y extraño respecto de lo que está pasando con la izquierda en el resto de América Latina, donde la izquierda la están bajando del poder desacreditada y zarandeada por el mal de la corrupción y por haber tomado el camino siniestro del autoritarismo y de la antidemocracia.

Ante las muy amplias expectativas de la población y la realidad verdadera de México, ¿cuáles son los desafíos, los retos y las posibilidades reales de cumplir con el programa de gobierno y con los sueños, las esperanzas, las ilusiones y las utopías forjadas y creadas en el contexto de la campaña electoral en México?

Lo cierto es que la República de México tiene en estos momentos una situación general -política, económica, social e institucional- extremadamente complicada, compleja y difícil.

Pero esa situación general interna se complica aún más por el match que hay entre Estados Unidos y México a propósito de la renegociación del tratado de libre comercio.
A partir de su condición de hombre moral López Obrador se ha comprometido a enfrentar con seriedad el pandemonium de la corrupción pública, un verdadero cáncer que ha hecho metástasis en la sociedad mexicana.

Todo indica que el presidente electo, López Obrador, tiene la voluntad y la intención de enfrentar con energía el megaproblema de la corrupción pública.

Ahora, ese cáncer de la corrupción, aparte de que no es posible eliminarlo de raíz en una gestión de seis años de gobierno, tampoco es posible generar a través de esta lucha contra la corrupción todos los recursos que se necesitan para financiar la expansión del gasto público y todas las reformas que se han prometido.

Pero hay hechos reales, por otro lado, que limitan poderosamente la generación de recursos públicos: el muy bajo crecimiento real de la economía mexicana y la aparente decisión de AMLO de no tocar ni con el pétalo de una rosa el sistema tributario mexicano, que por naturaleza es altamente regresivo.

No es posible en ningún país atacar seriamente el grave problema de la desigualdad social si no se producen cambios trascendentes en el sistema tributario que lo coloquen en la ruta de la progresividad: Quitarle más al que más tiene y menos al que menos tiene.

Aquello solamente es posible si predominan los impuestos directos sobre los impuestos indirectos, de tal manera que los ingresos tributarios del Estado mexicano provengan fundamentalmente de los impuestos a las ganancias, al patrimonio y a las sucesiones y herencias.

El programa electoral que López Obrador sometió a la consideración del pueblo mexicano comporta contradicciones importantes que ojalá que no se reproduzcan en el programa de gobierno.

Porque si el programa de gobierno mantiene esas contradicciones no habrá forma de que el socialista López Obrador pueda enfrentar con efectividad y eficacia el gravísimo problema de la desigualdad social y el mismo problema del desempleo.

Pero tampoco podrán ser satisfechas las necesidades crecientes de la población en materia de educación, de salud, de seguridad social, seguridad pública, etc., si el Estado no cuenta con recursos suficientes para enfrentar estas demandas sociales, es decir, para financiar las políticas públicas y la modernización de estos sectores y, por consiguiente, para financiar la correspondiente expansión del gasto público.

Y si el accionar del gobierno de López Obrador no trasciende esas limitantes y contradicciones insertas en el programa electoral, el mismo quedará atrapado en las redes del populismo de izquierda.

Es verdad que López Obrador, un hombre de pensamiento de izquierda, será presidente de un Estado en una sociedad capitalista como la mexicana, y que si quiere mantenerse en el poder tiene que respetar las coordenadas esenciales de una sociedad de esa naturaleza; pero no es óbice para que López Obrador no ejecute las reformas que prometió al electorado si quiere trascender en la historia.

Tremendo compromiso el que ha asumido el presidente electo López Obrador: la esperanza de un México mejor la población la ha depositado en él

Si la población tiene la esperanza de un México mejor es porque tiene el sentimiento y la emoción, que es el punto de partida necesario para la tarea suprema de la construcción del futuro: un México mejor y diferente

Pero la emocionalidad y la sentimentalidad no son suficientes para lograr la megatarea de un México mejor y diferente, vale decir, no son suficientes para la construcción consciente y deliberada del futuro.

Ese México mejor y diferente tiene que ser construido desde la dirección del Estado, con la participación permanente de la población y de las fuerzas más avanzadas y progresistas de la sociedad mexicana de hoy, sobre bases racionales y razonables firmes e inconmovibles.

Ese necesario proceso de conceptualización, de intelección y de planificación tiene que establecer de entrada, y de manera muy clara, la diferencia entre lo ideal y lo posible y entre lo posible y lo conveniente.

Lo posible y lo conveniente tienen que ser pensados siempre en función del interés nacional y del desarrollo de la nación mexicana.

Es posible y conveniente que el Estado mexicano comience a desmantelar y a desmontar el sistema de corrupción que cubre todos los intersticios de la vida pública, es posible y conveniente que el Estado mexicano comience a derrumbar el narcoestado que acogota y destroza a ese país, es posible y conveniente que el Estado mexicano comience a enfrentar, con efectividad y eficacia, los macroproblemas económicos y sociales de desempleo, pobreza, desigualdad social y exclusión. Es posible y conveniente, en fin, que el Estado mexicano emprenda la cruzada para institucionalizar y modernizar el país, comenzando por el Estado.

Pero todo lo anterior será posible y conveniente si el Estado mexicano cuenta no solo con la voluntad, sino con los recursos para emprender y acometer esa tarea magna.

Andrés Manuel López Obrador tiene el antecedente de ser un buen administrador de la cosa pública cuando tuvo la oportunidad de ser gobernador de la ciudad de México. Su gestión fue relativamente exitosa como gobernador de la ciudad de México en cuanto a hacer de esta ciudad una ciudad menos violenta e insegura.

Ahora, ¿cuál es el contexto económico, social, político e institucional en el que López Obrador asumirá la presidencia de México el 1 de Diciembre de este año 2018?

El panorama que encontrará López Obrador es ciertamente sombrío: El crecimiento del PIB real en 1917 en México fue de apenas 2%, y este año el crecimiento real del PIB seguirá siendo bajo. El déficit fiscal, calculado en la actualidad en 466 mil millones representa un 2% del PIB nominal. La deuda pública mexicana representa más de un 50% del PIB nominal. Y un déficit en cuenta corriente de la balanza de pagos de 18 mil millones de dólares.

Toda esa situación calamitosa en cuanto al mal manejo de la economía pública y al pobre desempeño de la economía mexicana provoca los siguientes efectos también perversos y tormentosos: aumento sostenido de las tasas de interés, depreciación continúa del tipo de cambio y crecimiento permanente de la inflación.

Todo lo anterior significa que el nuevo gobierno de López Obrador tiene que emplearse muy a fondo para reducir drásticamente los altísimos niveles de déficit fiscal y los altísimos volúmenes de deuda pública.

Lo que quiere decir que debe ser urgente, inminente e inaplazable la realización de una reforma fiscal profunda que contemple una reforma tributaria radical y una necesaria reestructuración del gasto público. Solo si se hace esto, López Obrador podrá contar con los recursos y un contexto adecuado para poder cumplir medianamente con su programa electoral.

Si no lo hace, el nivel del déficit fiscal y el volumen de la deuda pública seguirán aumentando de manera escandolosa y escalofriante, y López Obrador no podrá cumplir con el paraíso prometido a las masas irredentas de México.

Por otra parte, México atraviesa por una situación de excepcionalidad totalmente negativa para el desempeño normal de su vida como nación: la existencia de un narco-estado que luce ser inderrotable por el Estado convencional mexicano. Ese narco-estado tan poderoso y tan sangriento nos recuerda a la Colombia de los 60, los 70, los 80 y los 90 con una situación muy parecida a la que vive México hoy.

Otra prioridad en materia de política pública que tendrá el próximo gobierno será derrotar y derrumbar el imperio del narcotráfico en México.

Ello implica avanzar en la sustancial reducción del aparato de corrupción público-privada para poder liquidar los niveles de complicidad del Estado convencional mexicano con el narco-estado existente en ese país.

Esa es otra forma y vía para abatir la criminalidad y la violencia en general y para reducir significativamente las pasmosas desigualdades sociales que hay en la sociedad mexicana.

En las coordenadas de lo posible y lo conveniente es que hay que ver si el gobierno que dirigirá López Obrador contribuirá significativamente a echar la zapata en pro de la construcción histórica de un México mejor.

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