Por: José Francisco Peña Guaba
Escribir sobre los oportunistas es fácil, porque el oportunismo en nuestro pueblo siempre ha existido, desde tiempos inmemoriales. Suele ser descrito como la actitud de la persona que se acomoda a las circunstancias para obtener provecho, subordinando, incluso, sus valores y principios.
El oportunista tiene gran habilidad para aprovecharse de las circunstancias. Suelen ser personas hipócritas, mentirosas y calculadoras, que viven de las apariencias; suelen llamar la atención relacionándose con gente influyente y con buena imagen, para beneficiarse, ufanarse de tener buenos contactos y amplias relaciones, construyéndose una imagen pública que las muestra como personas exitosas.
Las características comunes de los oportunistas en la vida, en los trabajos y más aún en la política, son las siguientes:
Primero: suelen presentar rasgos psicopáticos, particularmente la ausencia de empatía, pero, tienen capacidad para seducir a los demás, carisma y encanto personal, pero son manipuladoras, que se apropian de iniciativas ajenas y, dado que carecen de sentimiento de culpa, buscan su objetivo sin importarles los demás.
Segundo: viven a la caza de los influyentes o poderosos para crear una supuesta amistad, casi siempre fingida, medrando en las relaciones que construyen con la única intención de beneficiarse ellos mismos de esos vínculos relacionales.
Tercero: los oportunistas se vinculan para crear una falsa imagen de apoyo y solidaridad en el entendido de que, si cae en desgracia o al olvido alguno de los influyentes con los que mantienen contacto, si algún influyente viene a menos, en el momento preciso lo abandonan.
Cuarto: los oportunistas son expertos en chantaje emocional, crean dosis de culpabilidad aprovechando a los propensos de aceptar culpabilidades para lograr ser tomados en cuenta. Están atentos a quienes intuyen débiles de espíritu, para aprovecharse de esa situación, desarrollando una especie de extorsión y lograr ser tomados en cuenta, aunque carezcan de mérito alguno. Eso es muy común en los rompimientos con las ex parejas, que exageran o fingen gran malestar debido a las causas de la separación o ruptura, pero sólo para que la otra persona crea que es la culpable de su sufrimiento y entonces los compense.
Y quinto: es muy común en los roles de género, en el caso de los hombres, que se crean responsables de las mujeres porque supuestamente son más débiles. Las mujeres se entienden como personas desvalidas, que necesitan ser protegida. Este tipo de personas oportunistas se presenta de manera sinuosa, aparentemente en sumisión, para crear responsabilidades hacia la persona que puede garantizar o contribuir con su bienestar inmediato o futuro.
Es que lo del “oportunista” es escalar, no importa a cuántos deje en el camino lo importante para él, es llegar a lo más alto. Hacen suya la frase que se le atribuye a Nicolás Maquiavelo: “El fin justifica los medios”. Por eso son capaces de armar las estrategias más viles contra otros, para cumplir sus ambiciones, sin escatimar tiempo o esfuerzos y en algunos casos recursos, para lograr su meta, no les importa en lo más mínimo las consecuencias adversas o el perjuicio que les inflijan a otras personas.
En su habilidad para sobrevivir el oportunista es adulador y lisonjero con los jefes, líderes o candidatos, a efecto de lograr su afecto, resaltando excesivamente sus cualidades. El oportunista no da nada si es a cambio de nada, siempre da buscando ventaja personal. Como egoístas que son, sólo ven y trabajan, únicamente, para su provecho particular. Por eso no son leales a nadie, se venden al mejor postor. Convertidos en “caza fortunas”, sacan partido de todo, se nutren de los incautos y se aprovechan de la ingenuidad y buena voluntad de las personas.
El oportunismo ha tenido un crecimiento vertiginoso en los últimos años, producto del desastre moral de las sociedades modernas, en las que se promueven los anti valores, de lo cual se benefician los trepadores que tiene la suerte de ser tomados en cuenta de manera casi inmediata por los jefes. Claro está, los oportunistas y arribistas terminan por hacerse conocer de todo el mundo, por eso, a la larga, producto de sus constantes y pronunciadas deslealtades, terminan siendo rechazados por la misma sociedad que los encumbró.
El oportunismo está en todos lados, en la familia, en el amor, en las empresas, en las religiones, en la amistad, pero donde más se da este fenómeno es en la política.
El oportunismo político es el más común en nuestros días, donde gente sin historial, sin militancia reconocida, sin sacrificio alguno, sin haber agotado tiempo productivo en las instituciones, sin un trabajo significativo y sin compromiso real con la causa o con el partido del gobierno, logran escalar robándole el espacio a los demás, pasándole por encima al esfuerzo ajeno.
El oportunismo está en todos los gobiernos. Me tocó conocer en carne propia el accionar de los oportunistas al arrebatarle los puestos a quienes se los ganaron, en el año 1982, cuando éramos parte fundamental de la coordinación de la campaña de la tendencia del entonces presidente Salvador Jorge Blanco. Confieso haberlo querido como a un tío, pero se aprovecharon de él, oportunistas y arribistas dejando fuera de los cargos a quienes construyeron su proyecto.
Esos fueron los casos de José Ovalle, quien fungía como coordinador nacional y de coordinadores regionales, tales como Tonti Rutinel Domínguez, de Chichí Guzmán, Héctor Santana, Juan José Encarnación y del mismo José del Carmen Marcano, coordinador político del gran Santo Domingo e incluso fundador de la tendencia Jorgeblanquista en el Partido Revolucionario Dominicano y duró poco tiempo como ministro.
Vi con dolor y desesperanza cómo quienes se fajaron por años, quienes dieron todo, dañaron sus economías personales y familiares, esos no fueron tomados en cuenta salvo para alguna posición sin importancia, como premio de consolación, mientras gente llegada al proyecto meses y semanas antes se alzaban con el botín del poder, ante la mirada atónita de quienes hicimos realidad el triunfo. En mi caso particular mi querido Salvador siempre me dio un trato exquisito, pero le señalé que esos con apellidos sonoros, con vastísimos currículos y experiencias profesionales que él estaba designando, cuando saliéramos del gobierno serían los primeros que lo traicionarían. Ni más ni menos, así pasó.
Mi estimado amigo Presidente lo admitió en mi presencia, cuando fui a verlo a la cárcel preventiva del ensanche La Fe, donde me manifestó su agrado de verme y me dijo que las aseveraciones que le hice en el pasado, yo tenía razón.
Salvador y Asela estarán siempre en mi corazón. Con ellos inicié en la política activa, peinamos juntos toda la geografía nacional y el exterior, incluyendo Puerto Rico y los Estados Unidos.
Los oportunistas tienen una capacidad única para colarse sin que muchos se den cuenta, terminan “decretados” primero que los demás, como resultado de construir relaciones primarias con los entornos presidenciales mientras los que trabajan, los artesanos, los carpinteros, los verdaderos constructores de los proyectos, terminan siendo aporreados y olvidados por los de arriba. ¡Qué casualidad, cuando se acuerdan de ellos ya se han acabado los cargos y no hay espacio de nivel para designarles!
Sólo los que armamos proyectos sabemos el esfuerzo realizado, porque somos los que trabajamos día a día buscando los votos hasta abajo de las piedras. Los que damos la cara enfrentado casi siempre a los que están en el poder.
Los oportunistas no dedican su tiempo a eso, sino a venderse en los anillos de los candidatos y posteriormente en los entornos palaciegos, mientras los fajadores entienden que les llegarán a sus casas sus designaciones, creyendo tener mérito propio. El oportunista, por el contrario, como buen lobista se dedica a cercar a los que toman la decisión para que sean ellos designados primero, y con astucia serpentina saben que “el que bebe agua adelante, se la toma cristalina”.
Los oportunistas no tienen vergüenza alguna, no les importa hastiar a los altos funcionarios y a los presidentes, a quienes persiguen, se le presentan en todas las actividades y lugares, los acosan de tal manera que los obligan a que los tomen en cuenta y los nombren. Los cuadros políticos no hacen eso, porque se respetan y les da vergüenza pedir para que se les reconozca el trabajo realizado, y ahí precisamente está la trampa, porque con el falso orgullo del pobre, los dirigentes se quedan esperando que los llamen y los oportunistas, con descaro y sin modestia, se mudan a las oficinas de los principales incumbentes, incluso hasta al mismo Palacio Nacional, todo con tal de lograr su objetivo.
Hoy los oportunistas constituyen el más grande de los partidos del país, pues como les ha ido bien en todos los gobiernos, “los demás los imitan”. La política del menor esfuerzo, los “políticos light”, los que sólo “se dejan ver”, que van a uno que otro recorrido casi siempre presidencial y que escriben en las redes en la comodidad de sus hogares son atendidos primero… mientras los militantes “guayan la yuca” en los barrios, buscando votos para los candidatos en calles y callejones, ven como les hurtan su esfuerzo.
Como a los oportunistas les va mejor que a los dirigentes políticos de oficio, hay que incentivar que sean ellos los que hagan los trabajos, los que busquen los votos y los que busquen los recursos, pero claro está, no lo harán, porque si hay un sello distintivo del arribista es que no le son leales a nadie, ni a candidatos, ni a causas, ni partidos y trabajan para su sólo beneficio personal, para lo que desarrollan un olfato especial -para saber hacia dónde va el poder- de manera que puedan saltar a tiempo para guarecerse y seguir arriba, ¡subido en el palo!
Todo lo que ocurre permite concluir que el oportunismo está en auge, y que el trabajo político serio va de capa caída. Será mejor que los dirigentes políticos verdaderos cambien de estrategia y aprendan, para sobrevivir, muchas de las habilidades de los oportunistas.