Por Emiliano Reyes Espejo
(El autor es periodista)
Los policías regresaban orondo del “campo de batalla”, se veían satisfechos de haber realizado su misión: ultimar a dos valiosos e indefensos seres humanos. Uno de los uniformados de gris, fusil en manos y máscara antigás avanzó hacia donde yo estaba posicionado en la calle Moca, desde donde cubría como periodista para el noticiero Radio Mil Informando, y me espetó:
-“Ustedes no querían muertos, ahí tienen un muerto”. Exhibía una extraña y sarcástica expresión de satisfacción.
Había llegado a la redacción del noticiero a eso de las ocho de la mañana de aquel 7 de abril de 1981 y me esperaba el director del noticiero, don Víctor Melo Báez, para que acudiera a las calles Moca y San Juan de la Maguana a cubrir en el mercado nuevo de la avenida Duarte, un enfrentamiento que se registraba entre obreros del ayuntamiento del Distrito Nacional y agentes policiales.
Ya en el lugar pedí al chofer que avanzara por la calle San Juan de la Maguana para alcanzar el sitio donde estaban atrincherados obreros del cabildo, los cuales llevaban varios días allí protestando en reclamo de reivindicaciones laborales.
Aunque demandaban conquistas plausibles al síndico de la capital, doctor Pedro Franco Badía, los periodistas que cubríamos la fuente del ayuntamiento teníamos la información de que este paro era, en realidad, una expresión de la aguda lucha que se libraba para la época a lo interno del entonces gobernante Partido Revolucionario Dominicano (PRD).
La versión más socorrida entre los periodistas era que un sector del gobierno del fenecido presidente Antonio Guzmán, específicamente el de una familia perredeísta de Cotuí, maniobraba a nivel del Palacio Nacional para tronchar cualquier iniciativa o intento de aspiración presidencial que impulsara el síndico Franco Badía.
Al parecer los obreros del cabildo respondían a una de las corrientes perredeistas opuestas al síndico y por eso habían motorizado esta larga protesta, de más de una semana de paro, que tenía como estandarte visible las reivindicaciones laborales.
Cuando llegamos al lugar el chofer de la unidad móvil de Radio Mil me convenció de que nos colocáramos del lado de la calle Moca, por donde estaban los policías. Razonó que así, si los policías disparaban, nosotros estaríamos de su lado y no se nos pegaría un tiro o una bomba.
-De este lado lo más que se nos puede pegar es un “peñón” (piedra) de los que tiren los trabajadores, acotó.
Accedí a su señalamiento y bajé de la unidad móvil por el lado de la calle Moca. Observé al llegar que los policías se reunían en un punto específico. Me acerqué a la reunión y escuché cuando el comandante policial recibía por la radio instrucciones para que dispersara, desbaratara, sin importar las consecuencias, la protesta de los trabajadores.
Reinaba un ambiente de tensión en la zona. Las instrucciones, era obvio, que iba dirigida a utilizar la violencia para sacar del local a como dé lugar a los obreros del cabildo. Cuando oí estas espeluznantes órdenes dadas por un superior a este comandante, activé mi grabador para guardar esta inaudita conversación.
Y aunque lo hacía con mucho sigilo, un policía que estaba a mi lado lo notó y me preguntó de forma enfática por qué estaba grabando.
-¿Usted es policía?, me dijo en ese tono autoritario con que se expresan policías y militares en servicio.
-No, soy periodista-, le contesté.
-Entonces, ¿qué diablo hace usted aquí en esta reunión? No ve que esto es de policías…me espetó mientras lanzaba improperios.
Corrí rápidamente a la unidad móvil y comuniqué a Victor Melo lo que había escuchado y éste me dio el visto bueno para hacer la transmisión en vivo. Así lo hice. Preparé una nota diciendo que agentes policiales habían recibido instrucciones para sacar por la fuerza a trabajadores del cabildo de Santo Domingo que mantenían ocupadas oficinas de la administración del mercado nuevo de la avenida Duarte, en el sector de Villas Agrícolas.
Una tensa atmósfera reinaba en ese momento en el barrio. Los vecinos, transeúntes y personas que habían acudido a realizar compras al mercado, miraban azorados desde calles, callejones, balcones y azoteas.
Mientras difundía la noticia la tropa policial avanzó hacia el local disparando “a diestra y siniestra”. Ya en el aire cambié rápidamente el contenido para improvisar algunas descripciones de lo que allí acontecía. Estaba sometido a una fuerte presión emocional.
-¡La policía está disparando tiros y bombas lacrimógenas…! Están avanzando hacia el local y se escuchan gritos de trabajadores, aquí van a ver muertos…., difundía.
Cuando terminé la transmisión o cuando me la terminaron –porque tengo entendido que en la emisora decidieron detenerla en el aire- el director del noticiero Melo Baez me dijo que al parecer había una persona muerta, que investigue que se creía que era un periodista y que lo habían llevado al hospital Dr. Moscoso Puello.
Eran el periodista Marcelino Vega y el niño canillita Ciprián Valdez que habían caído vilmente abatidos por las balas policiales en un acto innecesario, de extrema crueldad fruto de la sinrazón política que reinaba y que todavía permea el espectro político del país. Me enteré de que las víctimas habían sido el colega Vega y Valdez cuando me desplazaba en la móvil hacia el centro de salud.
Como ya la emisora había enviado a otro colega para que vaya al hospital, a mí me instruyeron para que siguiera al liceo Juan Pablo Duarte en la avenida Duarte esquina Padre Castellanos (La 17) donde los estudiantes se movilizaban en protesta por estas muertes. La policía penetró también a este plantel resultando algunos estudiantes lesionados.
En el trayecto para el liceo me encontré con un periodista de una emisora hermana (quien actualmente es un reputado comentarista radial) que, visiblemente indignado porque ya conocía del asesinato de Vega, me solicitó que lo encaminara hasta el liceo.
Cuando llegamos los policías salían del plantel y en un gesto de rabia e impotencia, el colega que en ese momento portaba un arma de fuego, nos dijo:
«Nada más está bueno ahora matar a un policía para ver si duele».
El chofer y yo nos miramos e hicimos una pausa, una especie de silencio breve:
«Si tú tiras un tiro aquí a esa gente, nos van a matar a todos», advirtió el chofer de la móvil.
De este cruel e insensato asesinato ocurrido el 7 de abril de 1981, hace 39 años, conservo su cruda imagen en mi memoria; lo recuerdo como si fuera ahora y con el alma rota porque yo estuve allí y escuché cuando los verdugos autorizaron y dispusieron la muerte de esta joven promesa del periodismo dominicano.
Paz infinita en tu morada del cielo Marcelino Vega. Paz por siempre a los restos del canillita (vendedor de periódicos) Ciprián Valdez y que sus matadores, píen en el infierno el precio justo de su descabellado accionar.