Por José Mármol
Una novela no es corta solo por su escaso número de páginas, sino más bien, por la intensidad en el ritmo del relato, por la rápida definición arquitectónica de su atmósfera, bajo un tempo narrativo sin demasiada holgura y una caracterización con personajes de rasgos descriptivos y alientos sicológicos o lingüísticos muy precisos.
No se trata de un cuento dilatado, porque la novela exige, como sugiereUmberto Eco, que se amueble por completo todo un mundo. Maestros de la narrativa de habla hispana como Rulfo, García Márquez y Fuentes, para solo citar algunos clásicos, publicaron novelas cortas que honran las raíces del género conectadas con Miguel de Cervantes.
Entre nuestros escritores, hay quienes, buscando novelas cortas, se remontan a Galván, siendo oportuno resaltarautores más contemporáneos como Bosch, Veloz Maggiolo, Pedro Peix, Diógenes Valdez, Andrés L. Mateo, Piña Contreras, Avelino Stanley, Luis R. Santos, García Romero, Osiris Madera, Miguel Phipps, Rita Indiana y Rey Andújar, entre otros radicados en el lar nativo y de las diferentes diásporas.
A raíz de esa simple pincelada anterior, que en nada pretende agotar la vastedad de la cuestión, quisiera detenerme en una novela corta cuya lectura me atrapó, aun fuere en el contexto de la nostalgia y la memoria, me hizo sentirme parte de la pandilla de adolescentes que la protagonizan y del presunto diálogo central, de profundas y hermosas evocaciones poéticas, entre el narrador omnisciente y su padre.
Rumor de río
Se trata de “Rumor de río” (Mar de Tinta, Santo Domingo, 2016) opera prima novelística de Luis Martín Gómez, destacado periodista y escritor, quien ya había publicado varios volúmenes de cuentos, entre los que figuran “Dialecto”, con el que obtuvo el Premio Nacional de Cuento en 1999, “Vellonera de sueños” (2002), “La destrucción de la muralla china” (2003) y “Memoria de la sangre” (2008), además de relatos infantiles como “Mamá a aquella caracola le está naciendo un mar”, con el cual logró en 2004 el Premio nacional de Literatura Infantil.
Aunque desde el punto de vista de la orquestación de la trama, el centro focal de la novela se sitúa en la aventura de un grupo de adolescentes del barrio capitalino Ensanche Ozama, ubicado en la margen oriental del río, que se dan a la tarea ilusoria de encontrar unas armas enterradas en un solar durante la Guerra de Abril de 1965, lo que desemboca en el acontecimiento sociopolítico y militar de Los Palmeros, en 1972, durante los llamados Doce años de Joaquín Balaguer, y las consecuencias de la guerrilla de 1973, hechos que, junto a las vivenciascotidianas, se reconstruyen en el plano de la ficción con un acierto ambientalque se aproxima al lenguaje de un guion cinematográfico, en mi experiencia como lector el rol protagónico se lo queda el río Ozama, como telón de fondo existencial de aquel intento de diálogo, o tal vez monólogo, templado por el hilo imaginario de Ariadna, que un hijo ansía sostener con su padre afectado por el mal de Alzheimer.
El rumor de ese río, espina dorsal de nuestra historia, que solo podía percibirse en una ciudad menos ruidosa y trepidante, más ajena al desarrollo industrial y a la movilidad propios de la modernización, constituye la metáfora central y de mayor fuerza poética del lenguaje narrativo que articula la historia. Mientras va tejiendo situaciones, personajes, accidentes, precariedades, el autor, consciente del oficio, experimenta con el lenguaje, subvirtiendo la gramática, al liberarla ocasionalmente de signos de puntuación.
Críticos como José Alcántara Almánzar y Danilo Manera celebran los aciertos de esta novela corta, un himno a la nostalgia, a la inocencia y un apuntalamiento al dolor de heridas históricas todavía abiertas.